Apreciar la vida cotidiana
Ellery Engstrom
Durante las vacaciones de primavera, mientras caminaba por las calles de Casa Viejo en Panamá con mi abuela, le conté sobre todo lo que sentía que me estaba apresurando hacia mis planes de futuro y la presión de siempre hacer más. Ella escuchaba en silencio, como siempre lo hace, antes de detenerse y mirarme a los ojos. Me dijo que en un mundo que constantemente nos apresura a perseguir metas más grandes y logros más rápidos, necesito notar las pequeñas y tranquilas alegrías de la vida diaria.
Señaló la suave brisa, los edificios de colores vibrantes que bordearan las calles y el olor de café fresco de una tienda. Ella me dijo que estos momentos son los que recordaré. No la prisa. Al comprender lo que ella dijo, sentí un profundo sentido de gratitud, no solo por las calles que caminábamos o las vistas y sonidos a mi alrededor, sino por la oportunidad de estar presente, de compartir esta pequeña alegría con ella. Me di cuenta de que la gratitud no se trata solo de notar las grandes bendiciones. Es apreciar los momentos ordinarios que hacen que la vida se sienta plena.
Mientras seguíamos caminando, noté las pequeñas cosas que había notado antes: la risa de los niños jugando, la conversación saliendo de los cafés, el sonido de los zapatos contra la calle, la forma en que las personas se saludaban con calidez. Al contemplar estas imágnes y sonidos panameños únicos, me hizo apreciar no sólo la belleza de mi entorno, sino también la riqueza de la cultura de la que formo parte. Cada detalle se sentía como un pequeño recordatorio para apreciar la vida, para notar la belleza y la alegría en el día, y cómo estos simples momentos pueden llenar el corazón de gratitud.
Reflexionado sobre ese día, me di cuenta de que la gratitud es una práctica, una elección consciente de notar y apreciar. Al prestar atención a los pequeños placeres, aprendí a permanecer en el presente y sentir una sensación de alegría, incluso en medio de la incertidumbre y las presiones del futuro. Mi abuela me había dado una lección ese día que ahora llevo conmigo siempre. La riqueza de la vida no se mide por lo mucho que logramos, sino por lo profundamente que experimentamos y apreciamos los momentos simples que nos conectan con nuestro entorno, nuestra cultura y las personas que amamos.